Era uno de esos días nostálgicos en los que tienes el convencimiento de que nada te estimulará y mucho menos te sorprenderá, cuando a mi amigo Nel Melero, que conoce Peñamellera Baja como si fuera suya, tuvo la gran idea de visitar Cuñaba.
De esa parroquia, justo al comienzo de los Picos de Europa, que ocupa la ladera suroriental del Concejo, teniendo como límite con Cantabria el Deva, formada por San Esteban y Cuñaba; yo solo conocía el primero, ya que nunca me había aventurado por esa vertiginosa carretera que lleva a la capital, lugar todavía más cerca del cielo que la aldea que inauguró como pueblo ejemplar los premios Príncipe de Asturias.
Un poco antes de llegar, desde una curva, se aprecia ese recóndito tesoro de arquitectura rural, y ya en el pueblo, en su plaza, en la que no falta un bar, se te prende la mirada en un lavadero de 6 pilas antiguas y en el abrevadero más bonito que he visto en mi vida.
Tras algunas fotografías- cada rincón pedía al menos una-nos adentramos entre casas de fachada de piedra y piedras también en los rojos tejados, y corredores de madera orientados al sur, para llegar a la Iglesia, bajo la advocación de Nuestra Señora de La Asunción, de estilo barroco y planta de cruz, de apariencia modesta, pero con espectaculares contrafuertes y una coqueta espadaña.
Y a unos pasos más, te sale al encuentro la casa-palacio del Inquisidor Verdeja, que datan en el siglo XVI, de amplio alero, tres plantas, destacando en la inferior una triple arcada sobre pilares, y en el que la memoria popular refiere práctica de torturas.
Y ya al final del pueblo, frente a un cartel que anuncia la existencia de colmenas de abejas en las inmediaciones, Nel me señaló el Pico Tiolda, del que llama la atención su semejanza con el Uriellu, aunque en pequeño,a penas mide 1000 metros.
Mientras me preguntaba si las formas de las montañas se repiten, Nel me refirió una leyenda que cuenta que esa suerte de “piquín de Naranjo” fue fruto de una affaire entre el Urriellu y la Pica Peñamellera, la cual, debido al gran parecido del hijo con el padre, lo escondió por estos lares.
A la vuelta, bajé sola a pie un trecho y entre aquellas imponentes moles y ganando las vistas a San Esteban, que parecía un pueblo de un cuento, me tentó imaginarme el impulso geológico que fue elevando, desde las profundidades de los mares, estas montañas a la largo de millones de años, y la posterior erosión que configuró estos inconcebibles picos.
Gracias, Nel.
Maiche Perela Beaumont
Fotografía,Valentín Orejas y Nel Melero