en los oscos

La amante del amor

La reina Isabel II disfrutó entre las paredes del palacio de Mon, en San Martín de Oscos, de días apasionados con sus guardias de corps


CARLOS FERNÁNDEZ 

A cinco kilómetros al Este de San Martín existe un lugar llamado Mon. Esta parte de Asturias, de geología vieja, es llana, o como mucho alomada, con algunas cicatrices profundas creadas por los ríos a lo largo del tiempo que obligan al caminante a descender como si lo hiciera al centro de la tierra, vadear por un puentín el río humilde, y de nuevo subir por caminos de pendientes poderosas para volver a la llanura.

La carretera a Mon es estrecha, como todas aquí, con muy buen piso, bastante llana, ideal para el paseo o para disfrutar conduciendo sin prisa. No hay nada a sus lados salvo praderas estupendas con buenos rebaños de asturianas de los valles, y árboles. Pero de pronto la cinta asfaltada empieza a descender con decisión. Enfrente la otra ladera crece y crece en altura, y todo alrededor es soledad. Ni una casa, ni un habitante, solo la madre tierra y algún azor solitario volando en círculos a la espera de la caza diaria. De pronto, tras un pequeño recodo, aparece un palacio. Un palacio de verdad.

El visitante tarda unos segundos en asimilar que en aquel pozo remoto, escondido, enterrado más bien, alguien en su sano juicio haya construido cosa semejante, un palacio de grandes dimensiones, de estilo barroco asturiano.

En Asturias llaman palacios a casonas de planta cuadrangular y cuatro aguadas, que albergaron a familias poderosas, pero el palacio de Mon no es una casona sino mucho más. Patios interiores, huerta dentro de sus paredes, almacenes, cuadras, capilla, qué se yo. En la fachada principal, con balconcillos que no desdirían en un palacio real, dos escudos inmensos hablan del poderío de las familias que lo crearon. Un pequeño caserío completa el lugar, y a juzgar de las indicaciones por allí cerca todavía resiste un mazo, quizás aprovechando el agua pura del río Ahío, unos centenares de metros más allá.

Hace muy poco tiempo aún vivía allí el último descendiente de la familia propietaria. Me hablaron de un hombre solitario, trastornado, que merodeaba en silencio dentro de los muros semiderruidos y a veces atacaba con piedras a los que se acercaban. Todo un personaje literario. Pero hoy el palacio, ya de propiedad pública, está solo, detenido en el tiempo, salvo por alguna visita esporádica. Una llave tremenda, un portalón umbrío y unos goznes que suenan a medieval permiten entrar al recinto. Todo está vacío, y lo que fue huerto está hoy invadido por la maleza. Cuentan que aun no hace nada los propietarios cultivaban plantas medicinales, y las ofrecían como presente a quienes los visitaban. Y las envolvían en papeles viejos de los que había a montón por los armarios olvidados, y que no eran otra cosa que escrituras de propiedad medievales y otros legajos de origen perdido en el tiempo. El envoltorio superaba en valor al contenido, pero no lo sabían.

De esas paredes salieron obispos, condes carlistas, ministros, como Alejandro Mon, también presidente de las Cortes. Pero quizá lo más relevante de la historia de esta gran nave varada en un pozo perdido de los Oscos sean otros hechos ocurridos en el siglo XIX. Aún no había ferrocarril en Vegadeo, y los barcos atracaban en medio de la villa. En algunas ocasiones dos diligencias esperaban en el muelle a unos pasajeros. Eran una mujer y un hombre que nada más descender de la nave subían presurosos al primer carruaje. Por una carreteruca preocupante ascendían el puerto de La Garganta, cruzaban Villanueva de Oscos, seguían a San Martín, y de allí por un camino más de mulas que otra cosa bajaban a Mon. Ella era la reina Isabel II. Él, uno de sus guardias de corps, no necesariamente el mismo de la escapada anterior. El objetivo: unos días de amor incendiario, de entrega sin amarras. A poco que se escuche aun se pillan los ecos de aquella pasión real. Siempre me cayó bien Isabel II. Yo también soy un sentimental.

Esta historia nos la ha contado: Carlos Fernández en la Nueva España en el 2012

San Martín de Oscos

Ruta de Mon… siempre guarda sorpresas y tesoros por descubrir

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  1. Anónimo

    Me gusta!!! Penita de no haberlo sabido hace unas decadas!!!