Bajo las telas protectoras de las excavaciones se extienden los testimonios de una sociedad que alcanzó hace casi dos mil años un grado de refinamiento urbano como hasta el momento no ha podido documentarse en otros poblados vecinos.
Se sabe que el castro estaba ya fortificado en el siglo IV a.C. Un grupo de cabañas, de planta circular y rectangular con esquinas redondeadas, de sala única y cubierta vegetal, se extendían al abrigo de las potentes murallas. Al exterior un profundo foso imposibilitaba el acceso al recinto por otro lado que no fuese el flanco sur, donde se abría la puerta del poblado.
Sus habitantes practicaban la agricultura, preparaban sus alimentos en cerámicas elaboradas sin torno y fabricaban utensilios de hierro y cobre como muestran los restos metalúrgicos hallados. La incorporación de estos territorios al Imperio Romano habría de producir modificaciones radicales en las formas de vida de los habitantes de Chao Samartín. Su privilegiada posición respecto a las minas de oro de la comarca le proporcionó una gran vida comercial. La preocupación por sanear las calles y plazas provocó la construcción de canalizaciones y alcantarilla. La vida de esta comunidad se vio truncada hacia la mitad del siglo II, cuando un violento terremoto asoló el poblado, que nunca más volvería a ser habitado.