Castillo de Campogrande… conocido popularmente como el castillo de Blimea o fortaleza de La Cabezada
FOTO: ARIENZA |BLIMEA
Hace 40 años en Blimea había un castillo, ¿A que suena bien? Pues es verdad. Los más viejos lo conocieron lleno de vida y seguramente los más jóvenes volverán a verlo restaurado algún día aunque ahora parezca imposible.
La fortaleza seguramente tuvo su origen en una de las torres defensivas que los romanos construyeron para proteger la vía que bordeaba el río Nalón y que tras una larga historia de abandonos y destrucciones tomó forma de castillo en el siglo XIV. Más tarde, en 1496, llegaron hasta allí los antepasados de los Fernández Miranda y lo habitaron. El edificio que todavía pudieron ver nuestros mayores ya no era el original; se trataba de un edificio reconstruido con una idea romántica que espantaría a los puristas pero que a mí me parecía hermoso y lleno de imaginación, como salido de un cuento de hadas. Resucitar sus glorias medievales fue el sueño de don Álvaro Fernández Miranda, el vizconde de Campogrande, que se encontró con un esqueleto de piedras y levantó sobre ellas un edificio almenado de dos pisos con una torre que aunque imitaba la primitiva ya no estaba preparada para la defensa sino para la comodidad de sus moradores.
Como cualquier castillo que se precie, este castillo también tiene su propia leyenda:
Decía tal que así: En una época no determinada habitaba el castillo un señor bondadoso y caritativo y que había convertido su solar en un refugio de paz y piedad para los menesterosos. El noble tenía una hija llamada Florinda, hermosísima, como no podía ser de otra manera, y que traía locos a todos los infanzones del Nalón.
Ella les iba dando largas como podía, hasta que uno de los más poderosos, el señor de La Buelga, consiguió convencer a su padre para que se la otorgase en matrimonio, pero para entonces ya era tarde porque el corazón de la joven ya tenía dueño: un villano, un ningurris bueno como el pan, pero sin apellido ni dote, lo que en aquellos tiempos de sociedad estamental en la que los hombres se dividían por niveles escalonados y estancos significaba no sólo un amor imposible sino un insulto al linaje.
El señor ofendido insistió en vano para conocer el nombre del pretendiente imposible que manchaba su honor, pero el amor sellaba los labios de la dama; la amenazó de mil maneras, también sin éxito, y al final, como se hacía entonces con los casos más recalcitrantes, acabó encerrándola en una de las torres de su fortaleza hasta que la prometió con el señor de La Buelga. Entonces vino el drama: ella aseguró que su cuerpo sólo podía ser del amante secreto y de nadie más y que si la obligaban a renunciar a él se mataría sin remedio.
Finalmente lo cumplió, aunque no por su propia mano. El mismo día de la boda el noble del castillo pudo conocer por fin quien era el amor de su hija. Uno de sus criados se presentó ante él para anunciarle que acababa de dar muerte a la doncella cumpliendo sus propios deseos. Y en este punto se demostró el carácter misericordioso del señor del castillo pues el hombre, desesperado por el dolor, aún tuvo fuerzas para perdonar el crimen, aunque -ya saben cómo eran las cosas del honor antiguo-, el matador, cumpliendo también lo que de él esperaba la tradición, agradeció el perdón como si fuese un caballero pero cerró el círculo del dolor acuchillándose a sí mismo con el puñal que aún goteaba la sangre de su amada.
La historia del castillo de La Cabezada en el siglo XX es tan dramática como la de su leyenda. Don Álvaro, el vizconde que había resucitado el edificio, tuvo mala suerte: el día de Reyes de 1904 echaba a andar la Sociedad Eléctrica de Langreo, lo que luego sería Ercoa, una empresa en la que el noble puso su empeño y su dinero para subirse al carro de la industrialización y los nuevos tiempos del capitalismo, como estaban haciendo algunos de los ricos de nuestras Cuencas que hasta entonces sólo habían vivido de rentas, pero un extraño accidente causó la quiebra del proyecto y de manera indirecta truncó también el ascenso del personaje, que nunca se recuperó económicamente.
En los años treinta la residencia, convertida en una de las mansiones más emblemáticas del Nalón, simbolizaba también el poder de los ricos y por su atractivo se convirtió en objetivo quienes de una u otra forma fueron teniendo el poder a lo largo de los diferentes enfrentamientos militares de aquella desgraciada década. En 1934 los revolucionarios la asaltaron buscando armas y dos años más tarde, con el estallido de la Guerra Civil, sus puertas volvieron a abrirse a otra tropa que en esta ocasión requisó los mejores muebles,sin que pueda confirmarse su destino final.
Con el final de la contienda, un último asalto, esta vez de los vencedores que volvieron a ocupar el edificio y se llevaron la biblioteca. Entre tanto el vizconde también había padecido en sus propias carnes las consecuencias de estos conflictos con escapadas, ocultamientos y detenciones cuyo relato ocuparía otra de estas entregas. Eran demasiadas contrariedades para que alguien quisiese seguir manteniendo la ilusión por el castillo, de manera que todo se fue abandonando definitivamente.
Una vecina mayor que había conocido por dentro el castillo, contó que tenía una biblioteca bien dotada, lujosos salones tapizados hasta el techo, cuadros, armas y panoplias en la misma línea decorativa que su sueño había querido dar a todo el edificio y que el detalle llegaba al punto de que las tres habitaciones de los señores, la blanca, la rosa y la amarilla, sólo lucían en cada una objetos de los mismos colores.
Tras la Guerra Civil el castillo permaneció habitado hasta la década de 1970. Desde entonces quedó abandonado definitivamente y el paso del tiempo hizo que hoy nada más queden unos pocos restos.
Fuente vía La Nueva España
Entre las causas de su derrumbe, de manera inusual por su rápida degradación (parece increíble), varias son las hipótesis… una habla de que el edificio sufrió daños con motivo de las explotaciones del pozo San Mamés, en Sotrondio… otra, por la construcción de la carretera que va al cementerio… y una tercera hace referencia a una maldición. En la actualidad un halo de misterio envuelve el lugar… ¡No pares! La historia del Castillo de Blimea es una historia real. Aún muchos recuerdan la gran vida que llenaba sus paredes y que tanta codicia engendró . Hoy sólo quedan las ruinas, pero… según cuentan… la historia completa se puede escuchar tras sus muros y una voz constante, que retumba y estremece, repite la frase _este castillo ya no será para nadie!!! _ provocando un implacable derrumbe que no parará hasta la desaparición de la última piedra…
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