Castillo de Priorio
La fortaleza de Priorio, asentada sobre una pequeña colina, semioculto por la arboleda y rodeada por el río Gafo, ha pasado por muchas manos hasta llegar a las de la familia Quijano (actuales propietarios).
Los nombres de todos sus dueños están inscritos en una lápida, en uno de sus muros- y su legendaria historia enlaza con el reinado de Alfonso II, que fue quien construyó un primer fuerte en el que, según cuentan, se refugió huyendo de las huestes de Hixem I a finales del siglo VIII; pero el edificio actual poco tiene que ver con aquel fortín.
Siglos más tarde caería en manos del obispo de Oviedo, perteneciendo desde entonces a los prelados ovetenses. Pero, ante los distintos abusos que ejercieron sobre la población circundante los caballeros que en él vivían, Fernando IV en 1306 ordenó su destrucción. Ésta no se llevó a cabo y la iglesia conservó su propiedad y acometió diversas obras. En el siglo XV cambió su funcionalidad bélica para convertirse en casa de recreo de los obispos.
Paulatinamente debió ir perdiendo importancia puesto que en 1865 fue adquirido por el arquitecto Ramón Secades (alcalde de Oviedo 1848-1851), en estado ruinoso y su hijo, Ángel Custodio Secades, las reformó dejándolas en su estado actual. Partiendo de una de las cuatro torres primitivas que cerraban con muros el patio de armas antiguo, se construyeron dos torres coronadas con almenas y cubos en las que se abren varios balcones y ventanas ojivales. Entre ambas torres se levantó un cuerpo intermedio de inferior altura. El conjunto, de líneas más elegantes y esbeltas que las de otros palacios asturianos, es un ejemplo de construcción historicista y romántica inspirada en los castillos medievales castellanos.
Una leyenda cuenta los desgraciados amores de Irene, hija de Rodrigo, señor de Priorio y dueño del castillo, con un paje llamado Pablo. Enterado el padre de ella, atacó con su espada a Pablo, quien, al verse acosado, se defendió y mató a su amo. Irene lo maldijo por eso, y Pablo, desesperado, se arrojó al río. Según cuentan los más viejos del lugar, el color rojizo de las rocas del río se debe a la sangre del joven enamorado.
No se puede visitar por dentro, pero es un placer pasear por sus exteriores.
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