Érase una vez un río que, cayendo de la sierra del Cuera para alimentar al Jana, que a su vez vierte al cristalino Cares, dio nombre a una aldea, que bien podría ser el escenario de un cuento de hadas.
Ese río que señala el límite entre las parroquias de Alles, la capital de Peñamellera Alta, y de Ruenes, con sus casas agrupadas en pendiente, no es otro que el Río Santa María.
En la aldea, a la que se llega como en secreto por una senda que huele a menta y en la que solo se escucha el rumor del agua y el canto de los petirrojos, lo primero que te encuentras es una preciosa capilla de grandes dimensiones y sencilla portada, en la que llaman la atención su amplio pórtico de barrotes de madera y la graciosa vivienda particular adosada, que antes fue casa de novenas.
Rodeando al templo, que está bajo la advocación de Nuestra Señora del Monte, cuya fiesta celebran, a finales de agosto, con una alegre y concurrida romería, abundan importantes castaños, donde tuvimos la suerte de descubrir camuflado a un agateador que jugó al escondite con nosotros. Y, tras esos árboles, las riberas del río, en cuyas aguas no resultaría extraño ver reflejada la imagen de una xana arreglándose el pelo con un peine de oro, rebosan de musgos, plantas aromáticas, helechos y calas. Además, existe un puentín de madera, que parece estar encantado, y un molino medieval que funciona.
Si bien, lo más sorprendente de Río Santa María, El Ríu, como se le conoce por sus habitantes, son sus casas rehabilitadas a tono con la tradición arquitectónica de la zona, que compiten en belleza y esmerado cuidado. La mirada se queda prendida en las maravillosas fachadas de piedra junteada, vistosas galerías, airosos corredores y trabajados aleros. Y por si fuera poco, hasta sus acebos parecen estar tocados con polvo de hadas, ya que tenían más bayas que hojas, y también los camelios que, a pesar de ser pleno invierno, habían florecido.
A los ladridos de un perro, vino a nuestro encuentro una señora, que nos contó que muchas de las casas son segunda vivienda y que la adosada a la capilla está habitada por su madre y su hermano. También, nos dijo María José, que así se llama la comunicativa vecina, que desde Río Santa María se bajaba a Trescares, pero que ahora ese sendero se encuentra cegado.
Aguas arriba y aguas abajo me dominó un pensamiento, quedarme un tiempo allí abajo para olvidarme de todo lo de arriba.
Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Maiche Perela Beaumont
Fotografía:Valentín Orejas