Si les cuento que hacía tiempo que quería visitar sin prisas un pueblo entre Asturias y Cantabria, el cual se encuentra a pocos kilómetros de la capital del Concejo de Peñamellera Baja, sin duda habrán adivinado que se trata de Merodio.
Así,un domingo de junio bajo un cielo azul y a punto de estrenarse el verano, tomamos el desvió a la izquierda tras la gran curva de el Mazo, y dejando a la espalda el Cares-Deva y el Pico Peñamellera, llegamos a ese lugar que tiene el encanto de los pueblos fronterizos.
Nada más poner los pies en Merodio, tan cerca de Cantabria que a veces los ayuntamientos discrepan de la linea que marca la frontera entre las dos regiones, a lo primero que se van los ojos son a las cuidadas casas con sus soleados corredores de madera florecidos de geranios de todos los colores, para acabar prendidos en la iglesia, que bajo la advocación de Santa Leocadia es de tipo historicista, apuntados vanos, torre de agudo capulín, y que celebra por todo lo alto a la Virgen del Rosario en el mes de octubre.
Seguidamente, lo que sorprende es que disponga de dos bares-tienda, esos negocios que eran tan típicos y van desapareciendo, que aúnan bar y ultramarinos, en los que no falta los anaqueles de madera, las barras de mármol y las balanzas antiguas, y que lo mismo se puede comprar pan, que clavos o unos zapatos.
Y cuando crees haberte hecho una idea de Merodio, en la denominada plaza de las Nieves te encuentras frente a una casa blasonada con escudo de los Noriega, Colosía y Mier, tan omnipresentes en las Peñamelleras, y grabado el año 1660.
También, destaca una edificación indiana con torre y palmeras, cuyo jardín no se alcanza a ver donde acaba, y que bajo un escudo recoge literalmente la siguiente inscripción: “Esta es la muy noble y leal casa de Colosia. Adelante Colosía con su Balentia i Mier por más Baler”.
Después, tuvimos la fortuna de que Carlos Gutiérrez, un vecino del lugar, nos invitase a conocer una suerte de museo de herramientas y utensilios antiguos que posee en una cuadra.
Allí con “los ojos como platos” y sin saber donde detenerse, contemplamos desde una impresionante imagen de un Cristo crucificado, pasando por colecciones de faroles, hachas, martillos, planchas, sierras, llaves, básculas y sus pesas, madreñas, molinillos de café, berbiquíes, trampas para animales, yunques, astas de ciervos, aperos de labranza, instrumentos de zapatero, cañas de pescar, hasta una silla de barbero y otra de amazona, esquíes de madera y un curioso carretillo para llevar cajas de vino. En suma, al igual que nuestro amigo Luis Obeso en el Mazucu, Carlos concede a todas estas cosas una segunda, tercera o cuarta vida.
Aplazamos para otro día, atravesar pastos y pistas ganaderas, dejando atrás la iglesia, a la que el pueblo parece arropar, para alcanzar el área recreativa del Argayu, desde cuya altura se puede divisar, aunque muchas veces sea envuelto en niebla, el bosque del mismo nombre, la mayor masa boscosa del Valle Bajo, donde crecen robles, arces, fresnos y castaños, y es refugio de corzos, pájaros carpinteros, abubillas, cucos, cernícalos, azores y buitres.
FOTOS: VALENTÍN OREJAS Y NEL MELERO